Emirato Omeya independiente
Un acontecimiento ocurrido en el centro del mundo islámico tuvo trascendentales consecuencias: en el 750 los Abbasíes derrocaron a los Omeyas, asesinando a toda la familia con excepción de Abderramán I, que consigue escapar, cruzando todo el norte de África y refugiándose en al-Ándalus, donde tomó el título de emir de Córdoba (756) y gobernó independientemente de los nuevos califas, que cambiaron la capital musulmana de Damasco a Bagdad. Abderramán, su hijo Hisam I y sus sucesores intensificaron la islamización y arabización de al-Ándalus, haciendo venir a alfaquíes del norte de África. Se creó un grupo de presión religiosa, que se hizo sentir contra los mozárabes y los núcleos cristianos del norte (independientes de hecho, pero teóricamente subordinados a la autoridad de Córdoba). Al Hakam I pretendió hacer cumplir en todo su rigor las antiguas condiciones de capitulación de los visigodos, y presionaba tanto a los denominados dhimmies (cristianos y judíos) como a las koras fronterizas del norte, que se gobernaban de forma muy autónoma (marca superior -Zaragoza, dominada por los muladíes-, marca inferior -Mérida, dominada por los bereberes- y marca media -Toledo, de gran presencia mozárabe-). Un episodio de fortísima represión se produjo en la jornada del foso de Toledo (797). En la propia Córdoba se produjo la revuelta del Arrabal (818), sofocada con dureza.
Abderramán II multiplicó los gastos suntuarios. El emirato comienzó una crisis visible en el incremento de las revueltas internas (revuelta de Toledo-Sindola, 853-, revueltas en Tudela de Muza ibn Muza -un Banu Qasi, que se apoya en sus parientes cristianos de Pamplona, los Arista-, 842-850,). Entre el 850 y el 859 se produjo la crisis de los mozárabes cordobeses seguidores de San Eulogio que se enfrentaban voluntariamente al martirio provocando a las autoridades musulmanas. Los pactos de capitulación, que se habían mantenido en mayor o menor medida desde el siglo VIII, dejaron de tener vigencia. La primera incursión vikinga se dio en el 844. Tras ser rechazados en la costa cantábrica (por Ramiro I de Asturias), bordearon la fachada atlántica, saquearon Lisboa y remontaron el Guadalquivir hasta Sevilla. Abderramán II se vio obligado a desviar las tropas de la marca superior para vencerlos. En época deMuhammad I otra incursión normanda saqueó Galicia, Lisboa y Algeciras, y remontando el curso del Ebro llegó a hacer prisionero al rey de Pamplona. A raíz de este episodio, el reino de Pamplona pasó a buscar apoyos cristianos frente a su anterior apoyo en los muladíes de Tudela.
Numerosas revueltas buscaron incluso el apoyo de los cristianos del norte, incrementando la debilidad del poder central y la situación de inseguridad, que hizo surgir poderes locales autónomos. Particular importancia tuvo la rebelión de Omar ibn Hafsún, muladí que renegó del Islam y se convirtió al cristianismo, consiguiendo el control de un amplio territorio en torno a Bobastro desde el año 880, que su hijo mantuvo hasta el 928.
Tanto estos poderes autónomos como los gobernadores fieles al emir recurrieron a la fortificación. Se constata la existencia de torres defensivas en la costa y de ribats (regiones controladas mediante fortificaciones a cargo de grupos religioso-militares dedicados a la guerra santa -Yihad-, predecesores de las órdenes militares cristianas) que resguardaban los accesos a zonas costeras y valles de los ríos. En los distritos fortificados se dio una progresiva feudalización. Aunque se mantenía la dependencia teórica con Córdoba, los que ocupaban cargos locales de poder lo hacían en forma patrimonializada, como un tasgil ("señorío") que el emir sólo podía ratificar. Laitqá suponía una base patrimonial de tierras y rentas.
Califato de Córdoba
En el año 929 el emir Abderramán III puso fin a la teórica dependencia religiosa de los musulmanes andalusíes respecto a Bagdad y se proclamó califa (sucesor del Profeta y jefe de los creyentes). El título, usado por sus herederos hasta los primeros años del siglo XI, también cuestionaba los derechos de los fatimíes que, desde el norte de África, pretendían reunificar el mundo musulmán como sucesores de Fátima, la hija del profeta; amenazando las rutas comerciales controladas por los mercaderes de Al-Ándalus. Tras recibir el juramento de fidelidad de Muhammad ben Jazar, jefe de las tribus bereberes zanatas, tropas omeyas controlaron Tánger, Melilla (927) y Ceuta (931). El control andalusí de la zona (un verdadero protectorado) llegó a su máximo a finales del siglo, con las campañas contra los idrisíes, que permitieron las tomas de Arcila (986) y Orán (998); y hacia el sur el enclave caravanero de Siyilmasa. Los fatimíes se vieron obligados a orientar su interés hacia el este, conquistando Egipto (969) y desplazando su capital de Ifriqiya a El Cairo. A pesar de que buena parte de la historiografía se centra en la dimensión peninsular del Califato, su principal preocupación estratégica fue norteafricana.
Abderramán III también modificó la organización militar, introduciendo en el ejército a mercenarios bereberes y a saqaliba (término usado para referirse a los "esclavos" comprados en los mercados europeos, especialmente los reconocibles por su piel clara y pelo rubio, que dio origen al término "eslavo", aunque no todos tendrían este origen étnico).
Su programa constructivo en torno a Córdoba no se limitó a la ampliación de la Mezquita (tradición iniciada con Abderramán I y que mantuvieron prácticamente todos los principales emires y califas), sino que incluyó una entera ciudad palatina de magnificencia legendaria: Medina Azahara, planificada para deslumbrar a las embajadas que llegaban desde todo el mundo conocido.
El Califato de Córdoba se convirtió en una gran potencia económica y militar, y culturalmente llegó a una verdadera "edad de oro": no sólo los califas, sino un gran número de personajes de la élite social, competían en mantener grandes o pequeños cortejos de poetas y músicos, y nutridas bibliotecas (aunque la función que pretendían no era tanto expandir el conocimiento, sino prestigiar al propietario). La biblioteca de Al Hakem II, que incluía una escribanía y un taller de encuadernación, reunió miles de libros de todo tipo de procedencias en su biblioteca (el catálogo ocupaba cuarenta y cuatro volúmenes). A su muerte, los malikíes consiguieron que muchos de ellos (de temáticas problemáticas, como filosofía y astronomía) fueran quemados o arrojados a un pozo. Es imposible precisar el grado que alcanzó la alfabetización, pero sin duda fue muy superior que en otras zonas. El fluido intercambio de ideas entre teólogos, juristas, médicos, matemáticos y cientíticos de los más diversos ámbitos (muchos de ellos especialistas en varios de esos campos) estimulaba el progreso intelectual. La escuela o madraza de la mezquita de Córdoba en la época de Hixem II era un centro de saber no sólo comparable, sino probablemente superior a otros centros similares del ámbito islámico, y muy superior a las precarias escuelas monásticas y catedralicias de la Europa cristiana contemporánea (la comparación con los conceptos posteriores de studium generale y universidad medieval, que se hace con frecuencia, es innecesariamente anacrónica).

Abderramán III

El músico y poeta Ziryab, llamado a al-Ándalus por Alhakén I, convirtió la corte cordobesa en un foco de refinamiento cultural.

División administrativa en koras al final del emirato.


Dírham emitido bajo Alhakén I (tercer emir independiente de Córdoba, desde el 17 de abril de 796 hasta su muerte el 21 de mayo de 822.

Puerta de la Casa Real (Medina Azahara)

Alhakén o Alhaquén II , segundo califa omeya de Córdoba, desde el 16 de octubre de 961 hasta su muerte el 16 de octubre de 976.
