A finales del siglo X los califas pasaron a ser figuras sin poder efectivo, que delegaron su ejercicio, con el cargo de hiyab, en un ambicioso personaje: Almanzor. Tanto para legitimar su posición como para frenar el desarrollo de los reinos cristianos del norte y para obtener botín, organizó las famosas aceifas, razzias o campañas de Almanzor; una serie de cincuenta y dos expediciones de saqueo que repitió con una frecuencia casi anual (aunque llegó a realizar cinco en un solo año, el 981), en los meses de verano (aceifa viene de sayf -"verano", "cosecha"-), muy a menudo desde la base de Medinaceli. El objetivo no era la ampliación territorial, excepto en la zona al sur del Duero, donde la toma de Rueda, Sepúlveda y Atienza en 981, le hicieron ganar su sobrenombre: al-mansur ("el victorioso").
La ciudad de León fue saqueada cuatro veces, pero también se vieron afectadas Pamplona o Barcelona, llegando hasta Narbona. En el saqueo de Santiago de Compostela de 997 hizo llevar las campanas de la catedral hasta Córdoba, cargadas por los esclavos que fueron tomados. El predominio militar musulmán de la época era evidente, y en pocas ocasiones se encontró con una oposición eficaz, salvo en algún caso en que tuvo que enfrentarse a coaliciones cristianas (batalla de Cervera, año 1000).
La muerte de Almanzor (legendariamente, en la batalla de Calatañazor, 1002) no significó inmediatamente el final del Califato Omeya ni del predominio musulmán, pero sí evidenció las tensiones políticas internas que condujeron a su descomposición; que no obstante tardaría en producirse más de veinte años, tras prolongados enfrentamientos entre jefes militares rivales, incluidos los propios hijos de Almanzor (Abd al-Malik al-Muzaffar y Abderramán Sanchuelo).

Almanzor. militar, político y caudillo del Califato de Córdoba.

Campañas de Almanzor
Crisis del califato y primeras taifas
En el 1008 Abd al-Malik al-Muzaffar, el hijo de Almanzor, había realizado la última incursión de castigo contra los cristianos del norte tomando botín y recaudando tributos. Entre 1009 y 1010 las revueltas y sublevaciones protagonizadas por Muhammad II al-Mahdi, con la intervención de mercenarios cristianos proporcionados por los condes de Barcelona y Urgel, iniciaron la crisis final del Califato. Aunque éste que no dejó de tener titular hasta la muerte de Hixam III (1031), con anterioridad muchos territorios se habían independizado por iniciativa de los los gobernadores provinciales de las koras (ya administradas desde el emirato con mucha autonomía y diversidad étnica y tribal) que se denominaron taifas (palabra que en árabe significa "bando" o "facción"), imponiéndose a sus dirigentes los pretenciosos títulos de walí o emir.
Hubo taifas gobernadas por bereberes (taifa de Badajoz, taifa de Toledo, taifa de Granada) y por saqaliba o eslavos (las de Levante). Las élites burocráticas, terratenientes o de origen militar, se rodearon de séquitos armados y llegaron a formar una nueva aristocracia que, independientemente de su origen étnico real, se arabizaban o presentaban como árabes, prestigiándose sobre la mayoría de la población muladí y sobre los de origen bereber.
Mientras la sociedad andalusí evolucionaba hacia una gran complejidad política y social y refinamiento cultural, las necesidades militares aumentaban. Los dirigentes de las taifas recurrieron cada vez más a mercenarios cristianos, que terminaron imponiendo su dominio militar y pasaron a cobrar no por sus servicios militares, sino precisamente por no emplearlos contra sus pagadores (el cobro denominado parias). La creciente participación de los reinos cristianos, cada vez más fuertes, en los asuntos internos de las taifas, llevaron a un grado de subordinación política que las convertía en verdaderos estados-vasallo.
La evidencia de la posibilidad de una conquista cristiana, el incremento de la presión fiscal (por encima de las normas islámicas) y las predicaciones de los alfaquíes suscitaron constantes revueltas. Tras la caída de la taifa de Toledo (1085), Al Mutamid de Sevilla y otros reyes de taifas decidieron llamar en su ayuda a sultán almorávide, Yusuf ibn Tasufin, que había unificado el norte de África bajo una doctrina rigorista. Tal intervención significó el final de la independencia de las propias taifas.
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